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Stockholm: Los extremos de la juventud

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Una de las sorpresas más agradables del año 2013. Eso es Stockholm. Aunque la película no es perfecta, funciona. Buen guión (con algunos errores en su primera parte), excelentes interpretaciones, un delicado movimiento de cámara, encuadres acertados, una fotografía exquisita y una música que no invade y matiza la imagen cuando suena.
Rodrigo Sorogoyen sabe muy bien lo que quiere desde la primera escena. Y no deja ver dudas en su dirección. Sabe que si no consigue dibujar bien los personajes la propuesta no puede funcionar. Sabe que si no presenta el entorno -una noche cualquiera en Madrid- como parte misma de la trama, nada terminará de cuajar. Sabe que debe exprimir a sus protagonistas. Para ello busca encuadres diversos con los que acerca o separa a los protagonistas, desenfoca parte de la imagen para que el punto de vista quede claro o busca localizaciones como, por ejemplo, una terraza que nos lleva de lo idílico al desasosiego. Sorogoyen nos enseña los extremos de la juventud. La verdad y la mentira; la inmortalidad y la muerte; la fortaleza y la fragilidad; el amor y el odio; la ficción mágica y la voraz realidad; lo luminoso y lo oscuro; el día y la noche; el egoísmo y la generosidad. Y en el movimiento pendular de los factores que se contraponen, va construyendo un clima y unos personajes exquisitos.
El guión recuerda claramente, en su primera parte, a la película de Richard Linklater Antes del amanecer. Dos jóvenes se conocen y establecen una relación desde el diálogo que crece cada minuto. Es en esa zona de exposición narrativa donde se encuentran los problemas de ese guión. Todo parece algo artificial, especialmente pensado para que aquello sea idílico sin serlo, pensado para que se vierta inteligencia en cada frase sin conseguirlo del todo. Es durante la segunda parte -llega la luz del día para que las verdades y las mentiras se mezclen- cuando el guión saca músculo y consigue que la película se eleve a gran altura. Si algo podía oler a imitación o a algodón de azúcar, se disipan las dudas. Sorogoyen y la coguionista Isabel Peña, echan el resto con gracia y, esta vez, una gran dosis de inteligencia. Sin altibajos.
Los actores protagonistas (que casi son los únicos actores de la película puesto que las intervenciones de otros son cortas y sin importancia) están muy, muy, bien. Javier Pereira mantiene su personaje a gran altura durante todo el metraje. Creíble y muy contenido incluso cuando los momentos son especialmente delicados e invitan a la exageración. Aura Garrido, con un papel muy exigente, se mete en el bolsillo a los espectadores con rapidez. Durante la segunda parte de la película, su trabajo es formidable.
Pues bien, todo esto ha sido posible a la aportación económica de muchas personas. El presupuesto con el que contó Sorogoyen era mínimo. La rentabilidad que le han sacado a cada euro es máximo. Stockholm es una muestra de cómo se pueden hacer las cosas cuando el buen cine manda en el proyecto. Da gusto comprobar cómo la gente joven se abre camino sin miedos, con ideas nuevas, y la pasión por el cine como arma definitiva.
Una grata sorpresa. Porque el buen cine siempre lo es.
© Del Texto: Nirek Sabal


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